Esto se acabó. El sistema ha muerto. Por fin se murió. Por más que se empeñen en reanimarlo, por más que quieran maquillar la palidez cetrina y quieran rellenar sus mejillas con algodones, un muerto no resucita. En la primera fase del duelo funciona un mecanismo de defensa, la negación. Sabemos que está muerto, pero no terminamos de creerlo, no queremos saberlo. ¡No dejen de consumir, que se nos muere!, nos gritan, nos suplican. Si dejan de consumir se morirá, nos moriremos todos, no tendremos trabajo, ni casa que nos cobije, ni pan blanco, ni negro y nuestros hijos obesos reventados de comida basura comenzarán a adelgazar y a tener hambre.
Mientras tanto, millones de pupilas nos contemplan, clavando una pregunta en el silencio: ¿De qué se quejan? ¿De qué crisis hablan?
Contemplan consternados nuestras bolas de grasa, los depósitos de grasa de los liposuccionados. ¡Ya está bien de injusticias!, parecen escupirnos miles, millones de bocas desdentadas y hambrientas. ¡Ay si se nos cayeran las fundas de porcelana! ¡Ay qué miedo nos da este muerto! Millones de empleados mileuristas intentando no perder su status de esclavos mal pagados, los nuevos caciques que ambicionaban ser los más ricos de los nuevos y de los viejos ricos, no quieren tener que empeñar sus muelas de oro.
Los viejos y los nuevos ricos de este planeta estamos asustados, asustados los esclavos mileuristas, asustados los parados, todos asustados menos los que no tienen muelas y, si las tienen, no tienen nada que moler; para ellos, enterrar este muerto significa la posibilidad de que el cadáver genere gusanos que puedan, algún día, transformarse en mariposas. O simplemente la posibilidad de freír los gusanos que el muerto genere en grasa caliente y nutrirse con su proteína.
¡Que no resucite!, suplican los más pobres. ¡Que el monstruo capitalista, devorador de nuestros niños muera por fin!
Pero aquí, en el otro lado, el lado de los obesos, de los excesos, de los despilfarros, de la superficialidad, de la apariencia, del lado de los verdugos, sólo nos preocupa que el monstruo no muera. ¡Cuántos muertos tendremos que enterrar aún para intentar que el monstruo no muera!
El sistema ha muerto por empache, por ambición, por ceguera, por abusar del débil, por alentar las guerras. Ha muerto reventado y ahora no es el tiempo ni de llorarlo ni de reanimarlo, es tiempo de enterrarlo y aprender a vivir de otra manera. De manera más justa, más solidaria, más austera, más verdadera, más honrada, más humilde, más compasiva.
Es hora de enterrar la gran mentira en la que vivimos para empezar, por fin, a ser humanos.
¡EA! Pásalo.
Lidia Farray,
Psicóloga clínica y Presidenta de EITHA (Escuela Independiente de
Terapia Holoanalítica).
Hola Eitha! Un placer que nos encontremos,¡cómo no!, en el ciberespacio. Feliz y fecundo viaje!!!
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